Hoy os dejo esta reflexión. No se si os comenté que estoy haciendo un Master de Doctrina social de la Iglesia y con el aprendiendo mucho y asentando lo que creo o siento. Miro a mi alrededor, escucho en el super, cuando llevo a los enanos a las actividades y siento que muchos compartimos las mismas inquietudes entonces comienzo a pensar en ello y a unirlo con lo que aprendo y salen reflexiones así. Mi fin no es herir a nadie sino buscar el cambio y este no vendrá si permanecemos estáticos.
Nos faltan profesionales y nos sobra “Postureo”
A veces en una empresa se nota que faltan personas que hagan el trabajo de verdad… y sobran las que solo quieren aparentar. Y eso se siente. Los que se esfuerzan cargan con más peso, mientras otros se preocupan más por quedar bien que por hacer bien.
Con el tiempo, el ambiente se vuelve raro: mucha palabra bonita, muchas reuniones, pero poco avance real. Y eso cansa, porque uno quiere estar en un lugar donde el esfuerzo importa y el trabajo honesto se ve.
La buena noticia es que esto se puede cambiar. Cuando una empresa decide apoyar a la gente que trabaja con corazón, que sabe lo que hace y quiere hacerlo mejor, todo empieza a mejorar. Vuelve la confianza, vuelve la calma… y vuelve la sensación de que vale la pena estar ahí.
Al final, lo que hace crecer a una empresa no es el postureo, sino las personas auténticas que empujan cada día.
La Doctrina Social de la Iglesia recuerda que el bien común solo florece cuando se valora la dignidad del trabajo auténtico. Una comunidad crece cuando reconoce a quienes entregan su talento con honestidad, no a quienes buscan solo quedar bien.
Cuando una organización apuesta por la verdad, por el esfuerzo sincero y por las personas que trabajan con el corazón, todo empieza a ordenarse: vuelve la paz, vuelve la motivación… y vuelve la alegría de sentirse parte de algo que vale la pena.
Al final, no es el postureo lo que construye una empresa, sino la gente auténtica que la empuja cada día.
A veces estas situaciones no cambian porque quienes están arriba, los que deben orientar, cuidar y sostener el rumbo, no siempre pueden estar donde realmente hace falta. Les devoran las urgencias, los plazos, los incendios de cada día… y sin darse cuenta, quedan lejos de la gente que sostiene la empresa con su esfuerzo silencioso.
Pero cuando la dirección se aleja, algo se resquebraja: se pierde la mirada humana. Y sin esa mirada, crece el postureo, se diluye la responsabilidad y se lastima el ambiente. No por mala intención, sino porque cuando se vive en modo “emergencia”, se olvida lo esencial: las personas.
La Doctrina Social de la Iglesia insiste en que quien lidera tiene la misión de custodiar el bien común, y eso empieza por estar presente, escuchar y reconocer el valor real del trabajo de cada uno. No basta con gestionar tareas; hay que acompañar vidas.
Cuando los de arriba vuelven a ocupar su verdadero lugar; cercanos, atentos, disponibles, todo empieza a alinearse. Se frena el ruido, baja la tensión y vuelve la confianza. Porque en el fondo, lo que más fortalece a una organización no es la velocidad, ni las urgencias, ni las métricas: son las personas que la sostienen… y los líderes que no se olvidan de ellas.
Y frente a quienes solo “posturean” y, con su actitud, destruyen el ambiente, hay que actuar con justicia: reconocer lo que aportan y, cuando dañan, corregir con firmeza, pero también con la oportunidad de educar y acompañar. No se trata de expulsar por miedo, sino de proteger el Bien Común y fortalecer a quienes construyen con honestidad.
Por ello tres ideas y una llamada al cambio:
1. El esfuerzo auténtico sostiene a la empresa: no son las apariencias, sino las personas que trabajan con dedicación y corazón.
2. El liderazgo debe estar presente: acercarse al equipo, reconocer su esfuerzo y acompañar su vida.
3. La justicia y la autenticidad fortalecen el ambiente: reconocer, educar y corregir protege el bien común y fomenta confianza.
Si queremos empresas y comunidades saludables, debemos dejar de premiar las apariencias y empezar a valorar de verdad a quienes construyen con integridad. Cada uno de nosotros, desde nuestro lugar, puede apostar por el esfuerzo sincero, la presencia auténtica y el cuidado de los demás. Es hora de transformar el “postureo” en compromiso real
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