Igual esta reflexión no es lo más interesante en este blog pero los que seguís mi blog sabéis que me gusta reflexionar sobre la educación, sobre nuevos métodos ya que creo que no podemos seguir educando como lo hicieron con nosotros. Las personas cambian y a veces en el debate educativo actual se observa la presencia de una nostalgia pedagógica que idealiza modelos del pasado y los presenta como referencia inapelable para el presente.
Este fenómeno se asocia frecuentemente a una resistencia tecnológica, donde la incorporación de TIC en los procesos de enseñanza-aprendizaje es percibida como una amenaza a valores formativos considerados clásicos, como la lectura profunda o la disciplina intelectual. Sin embargo, cuando dicha defensa del pasado se transforma en la negación absoluta del cambio y en el rechazo frontal a la pluralidad metodológica, la postura adquiere tintes de fanatismo ideológico.
En esta deriva, la educación se concibe como un único camino legítimo, y los modelos innovadores son tratados no como alternativas complementarias, sino como errores que deben ser corregidos, incluso desde el poder normativo o institucional. Así, la nostalgia se convierte en dogma, y el sujeto nostálgico en una suerte de zelote educativo, empeñado en restaurar un supuesto orden pedagógico perdido e incuestionable.
Esta lucha me agota en muchos momentos o mejor dicho me desilusiona.
Pero, a pesar de ese cansancio, sigo creyendo firmemente en que la educación es un territorio de esperanza. No estamos solos quienes buscamos nuevas formas de aprender y enseñar. Cada día aparecen docentes creativos, escuelas que se abren al cambio y alumnado que nos recuerda que el mundo ya no es el mismo que antes. Y eso nos impulsa.
Reconocer que la tradición tiene su valor no significa quedarnos anclados en ella. Podemos honrar lo que funcionó y, al mismo tiempo, atrevernos a innovar. Educar es acompañar a personas que vivirán en un futuro que aún no existe; por eso, necesitamos una mirada amplia, curiosa y valiente.
Quizá el desafío no sea convencer a todos, sino seguir construyendo caminos posibles, demostrando con hechos que otra educación es real cuando se practica: cuando se escucha al alumnado, cuando se trabaja en equipo, cuando la tecnología se usa con sentido, cuando la escuela se convierte en un lugar que despierta preguntas, no que las silencia.
Así que, aunque a veces duela o agotemos la paciencia, sigamos creyendo en lo que hacemos. Porque cada pequeño cambio, cada aula que se transforma, cada estudiante que descubre su voz… es una victoria. La educación no cambia de un día para otro, pero cambia día a día, con personas como tú que no dejan de imaginar una escuela mejor.
Y eso, sin duda, merece la pena.