Hace trece años, cuando nació María, creé este blog con la intención de reflexionar y compartir recursos que le permitieran sentirse parte de una comunidad. Quería que, a través de estas palabras, otras familias también encontraran apoyo y guía en el camino de la crianza. Durante un tiempo, este espacio fue un refugio, una ventana abierta a la esperanza y la construcción de un mundo más inclusivo.
Hace 8 años, Dylan llegó a nuestra vida. Un peque de acogida que nos robó el corazón y que nos enseñó una nueva forma de amor y entrega. Con el tiempo, el trabajo me absorbió, y las obligaciones diarias me alejaron de este rincón tan querido. El blog quedó en pausa, como tantas cosas que dejamos de lado sin darnos cuenta del valor que tienen para nosotros y para los demás.
Las vueltas de la vida me han llevado a un nuevo lugar, un nuevo trabajo y, sobre todo, a un nuevo espacio de reflexión. En los últimos meses, mis prioridades han cambiado. He vuelto a poner en el centro lo verdaderamente importante: mi familia, mis valores y mi vocación de servicio. Me he reencontrado con esa filosofía que siempre defendí y que, en algún momento, pareció desdibujarse en la rutina.
Hoy, vuelvo a este blog con la misma ilusión con la que lo comencé. Vuelvo para escribir, para compartir, para aprender y para seguir construyendo una comunidad donde todos los niños, sin importar su origen ni las cartas que les ha tocado jugar en la vida, puedan crecer y convertirse en lo que sueñan ser.
Quiero seguir explorando cómo, desde el amor y la educación, podemos ofrecer oportunidades reales para todos. Porque una comunidad cristiana, una comunidad de valores y servicio, se construye en la práctica diaria, en la entrega, en la empatía y en el compromiso con los demás.
Mamá, cuéntame: ¿Cómo es tu comunidad? ¿Cómo podemos seguir creando espacios donde cada niño se sienta visto, valorado y amado?
Estoy de vuelta. Y estoy lista para seguir contando historias.
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