Si observamos a los niños, nos daremos cuenta de algo fascinante: pueden enfadarse intensamente por un juguete, una palabra o un gesto, pero al poco rato están jugando de nuevo con la misma persona que les enfadó, como si nada hubiera pasado. Su capacidad de perdonar es casi instintiva, libre de rencores y de complicaciones. Entonces, ¿por qué a los adultos nos cuesta tanto hacer lo mismo?
A medida que crecemos, acumulamos experiencias que nos enseñan a protegernos, a desconfiar y a analizar las ofensas con mayor profundidad. Aprendemos el orgullo, la justicia propia y el temor a ser lastimados de nuevo. Nos volvemos más conscientes de las heridas emocionales y, en lugar de soltar el dolor como lo haría un niño, lo almacenamos, construyendo muros alrededor de nuestro corazón.
Pero, qué ganamos con aferrarnos al resentimiento? ¿Realmente nos hace más fuertes o solo nos llena de peso innecesario? Los niños nos recuerdan que el perdón es, en realidad, una liberación. No significa justificar el daño recibido, sino decidir que no permitiremos que ese dolor nos defina.
Tal vez la clave esté en reaprender de los niños: en su sencillez, en su capacidad de vivir el presente y en su valentía para seguir amando sin miedo. Quizás, al perdonar más, podríamos sentirnos más ligeros, más libres y, en definitiva, más felices.
Os dejo aquí una nueva canción que hice con IA y que luego la plasmé en un video hecho con CANVA. Igual puede servir para alguna reflexión o celebración.
La idea es poder hacerla con voz de niños pero por ahora no encontré como hacerlo. Si alguien conoce algún programa siempre están bien las sugerencias. Y recordad "Perdonar es amar".
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